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                                                                                 La Jerarquía y lo Politicamente Correcto

                                                                                 Por: Antonio Pozuelos Jiménez de Cisneros

 

Crece de forma alarmante el problema de la agresividad competitiva entre la población canina de los países "mas o menos acomodados". Como ustedes recordarán, esta agresividad es la que lleva al perro a tratar de escalafonarse por encima de su propio dueño y, por supuesto, de todos los miembros de la familia.

Cuando el animal lo consigue, la convivencia deja de ser una alegría para convertirse en un problema grave, en un peligro muy definido y en algunos casos, en una pesadilla. Las familias se transforman en una diana de acreedores que les reclaman daños y perjuicios por aquel destrozo de su perro, por aquel intento de mordida a su niño o por aquella agresión injustificada. Se pierden amigos porque estos "desgraciados" no se dejan morder por el simpático chucho dueño y señor de visitas y reuniones. Los amigos de los hijos de la familia ya no quieren jugar en una casa donde te puedes encontrar con un colmillazo por un quítame allá esas pajas y hasta la asistenta se niega a trabajar en el circo donde hay que llevar armadura para que el león no se coma al cristiano.

Curiosamente esta situación se mantiene unos tres años de media, tiempo más que sobrado para que el canalla del perro se haga a su puesto privilegiado y trate de no dejarse arrebatar su estatus de Alfa de manada. En ese tiempo los dueños, con toda timidez, hablan entre los que tienen el mismo problema, se lamentan e intercambian impresiones y vivencias.

- Menudo susto me dio ayer Atila cuando atacó a la portera. Poco más y la muerde. A mí me tiró al suelo pero tuve la suerte de que me arrastrara y no consiguiera morder a la señora.
- ¿Le castigaste luego?
- Sí. Me puse muy serio. Le regañé a gusto y hasta le grité.
- ¿Reaccionó Atila al castigo?
- ¡Ya lo creo! Hasta me enseñó los dientes de lo duro que fui con él.
- ¿Y tu? ¿Has conseguido que Marcos no te gruña cuando come?
- ¡Que va! Todo lo contrario. Anteayer le tiró un derrote a mi sobrino que de no estar cerca su padre, le marca la cara.
- Es que los niños son muy malos con los animales y ellos lo saben.
- Pues yo me preocupé y lo llevé ayer mismo a un adiestrador.
- ¿Qué tal fue la cosa?
- Fatal. Mientras hablábamos, Marcos trató de engancharlo por la pierna, ya sabes, esa tontería que hace con quien no conoce.
- ¿Cómo reaccionó el adiestrador?
- Muy mal, le tiró una patada a la boca y tuve que intervenir para que no le pegara de verdad. ¡Y se llama profesional el salvaje! Estuve apunto de denunciarlo por maltrato a los animales.

¿A que han oído ustedes alguna conversación como esta en el parque por el que pasean a sus perros? ¿A que han tenido ganas de llamar cantamañanas y calzonazos a estos educados dueños que hacen con sus perros lo políticamente correcto?

Ya saben ustedes, queridos lectores, que el fenómeno científico y lo políticamente correcto no están necesariamente juntos y les digo más: Ahora, en mi España de siempre, lo políticamente correcto en el caso de los perros, consiste en estudiar la forma de escapar ileso y sin necesidad de psiquiatra pasados unos años de convivencia ínter específica. Los más ilustrados nos traen a la consulta a sus bestezuelas agresivas esperando que les hablemos de la bondad de la especie canina y de su amor por los humanos. Los demás leen libros de esos que nos convencen de que todos los perros son buenos para todo.

¿Saben que la agresividad, en cualquiera de sus manifestaciones, no es políticamente correcta? ¿Saben que lo políticamente correcto es no usarla aunque se trate de salvar tu propia vida? ¿Saben que algún político nuestro lo ha declarado así sin creer en aquel carpintero que hace dos mil años lo vino a decir con respecto a sus semejantes? ¿Saben que lo políticamente correcto es que solo el perro la use con nosotros sin tener respuesta?

Existe otro problema añadido: la abundancia de tontos de guardia que dedican sus horas de servicio a aconsejarte que ni regañes en tono alto a tu perro porque lo puedes traumatizar y eso, ni es políticamente correcto ni propio de una especie superior.

Algo parecido pasó en mi país hace unas décadas, con los cachorros de Homo sapiens, cuando una legión de políticos y psicólogos se empeñaron en que a los niños no se les podía regañar ni darles un pescozón porque se traumatizaban y que no tenían obligaciones de ningún tipo sino solo derecho a tenerlo todo sin necesidad de ganarlo… ¡Era lo políticamente correcto! Tampoco podían jugar a cruzados ni a indios y comboyes porque para eso se necesitaban “juguetes bélicos” que estimulaban su agresividad.

Pero hete aquí que pasan los años y la conducta de nuestros cachorros, arropados por lo políticamente correcto, se torna tan pacífica y falta de agresividad que comienzan a atizarse en serio entre ellos, llegan a atacar a sus maestros y, si me apuran, hasta a sus propios padres.

Pero los creadores de lo políticamente correcto son, como es lógico, los individuos pertenecientes a la clase dirigente de los países desarrollados. A esta clase de elite se les unen una serie de indocumentados que les ríen las gracias y salen en TV hablando de chorradas que tratan de convertir en la filosofía vital del país en cuestión. Entre las tonterías que preconizan está la de no jerarquizar a niños ni animales porque, como ustedes sabrán, el término "jerarquía" suena fatal. Es mejor hablar de amistad, camaradería y buen rollito con los niños y las mascotas. El problema está en que el niño y el perro entiendan con exactitud estos conceptos.

Hay una estrategia en la naturaleza que suele optimizar la tasa de aptitud del individuo que la practica y consiste en hacer lo contrario de lo que hacen los demás. Pues bien, estos cantamañanas indocumentados, en aras de un snobismo ramplón y sin idea de Etología, juegan a deshacer las normas que rigen en cualquier sociedad animal y, por supuesto, en la humana. De esa forma tratan de ser unos individuos "guays" y "enrollados" que, en lenguaje canino, debe ser algo así como unos calzonazos dispuestos a todo por quedar bien. ¿Pero saben lo mejor? Que una gran parte de estos individuos "guays" llevan a sus retoños a colegios de pago, de mucho pago, donde los conceptos de disciplina y jerarquía forman el plato fuerte de su formación.

También sus mascotas pasan por manos expertas que, por supuesto, adiestran en jerarquía al perro bandarra que ha pasado parte de su vida asustando al personal. Y es que hay que tener hijos y perros civilizados y, según dicen ellos a quien quiere oírles, eso se consigue sin la más ligera idea de disciplina ni jerarquía; solo con amistad, camaradería y buen rollito.

Pensarán ustedes que ando un poco cabreado, fuera de mi tono normal y no políticamente correcto. Pues llevan ustedes razón. Últimamente, y a mi edad, pretendo que me influya más lo científico y lo lógico que lo políticamente correcto. Pretendo no ver en mi consulta niños pequeñitos mordidos por el "perrito incomprendido". Pretendo que nuestro perro siga siendo el animal del que les he hablado en estos casi treinta últimos artículos y, por supuesto, pretendo que ustedes puedan aprovechar algún consejo mío para tener una convivencia más gratificante con Truco. Y este consejo se lo reitero hoy: Sea usted un buen lider de su amigo porque él no busca en usted ni a un enrollado, ni a un "calzonazos" ni a un "guay". Solo quiere vivir con la seguridad de que el dominante está ahí por lo que pudiera pasar. Lo demás le importa una higa al igual que a mi lo políticamente correcto.

 

 

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